Breve relato de una experiencia lectora

 · Federico Sebastián Geréz

Breve relato de una experiencia lectora

El pasado sábado 04 de octubre tuve la oportunidad de asistir a la feria del libro realizada en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Llamativo y esperanzador fue el hecho de presenciar a tantas personas jóvenes reunidas con el único objetivo de encontrar entre cientos y miles, un libro compañero de aventuras literarias.

No llegué a contar las mesas de exposición, pero rodeaban toda la plaza situada junto a la Biblioteca Nacional, en varias ocasiones tuve que salir literalmente mareado por la vorágine de ver tantos libros y títulos juntos. El día acompañó la jornada con sol y se prestó a darle marco al evento, que tuvo un puesto de chipas para merendar y un bar aledaño para recargar energías en la búsqueda de ejemplares.

 Buscar libros no es una actividad cualquiera, conlleva un ritual del lector. Es una búsqueda de sentido, una apertura de mundos. Uno busca un libro y la mayoría de las veces estos nos terminan encontrando. Algo sucede en el movimiento de las manos y la mirada que rastrea títulos y tapas, como buscando tesoros, mensajes cifrados, ¿quizá algún autor que creíamos perdido? ¿Un amante olvidado? una historia que escuchamos y nunca pudimos leer o la referencia de un querido profesor.

 Vale una distinción importante en esta propuesta ya que era una feria de Libros “usados”, es decir, ya han circulado por otras manos, han sido inscriptos en otras historias y la mayoría de las veces llevan el signo de ello con lo cual toman otro valor. Comunican a través de las huellas de otro que ahí estuvo abriendo mundos. Entonces uno busca un libro y encuentra una dedicatoria, una fecha, un mensaje, un señalador; el lector sabe bien que cualquier cosa puede oficiar de señalador, entonces aparecen entradas de teatro, servilletas de un bar, una flor, una poesía o incluso cartas. 

Todos estos ejemplos son relatos de hechos sucedidos, sí, me ha pasado de encontrar una flor seca como señalador en un libro usado “la inmortalidad del alma” de San Agustín, edición bilingüe. O dedicatorias como en una edición de operación masacre “para mi profe gracias por acompañarme en este camino”.

Como pueden darse cuenta soy un buscador de libros, un rastreador, amante de los libros usados, no solo por su valor editorial y por este rasgo de llevar marcas de otras historias. Los libros “viejos”, aquellos que tienen años, están inscriptos en su contexto, llevan el sesgo de su época; quizás un estudio preliminar de un académico que ahora ya no se encuentra entre nosotros y ahí uno descubre un nuevo nombre y con esto también nuevos libros porque se entera que ese escritor para nosotros hasta el momento desconocido también poseía su propia obra y con ella sus propias preguntas.

En mi caso la búsqueda se centra en la filosofía, años y años caminando calle corrientes investigando en los estantes, en cajas o canastos. ¡Muchas satisfacciones tuve y cuánto aprendí con cada tesoro descubierto! En el comienzo y descubrimiento de la Filosofía Argentina Alejandro Korn fue uno de los primeros autores que llamó mi atención, su obra en mi biblioteca es una colección de libros usados. Puedo decir que casi toda la colección de filosofía y poesía argentina está hecha a base de libros usados y ediciones ya agotadas o incluso finalizadas. Dato no menor ya que Argentina tuvo su auge filosófico allá por la década del 40 y lamentablemente hay revistas, movidas editoriales y colecciones de autores de aquella época que de no conseguirse en ese formato no están disponibles, porque no se han vuelto a reeditar. 

 Otro aspecto fundamental en este asunto de los libros usados es el aspecto comunitario del asunto, el del intercambio. ¿Dónde ocurre esto precisamente? Es Descartes quien en su introducción al discurso del método dice algo así como que leyendo uno puede encontrarse con los pensadores más grandes de una época tal y ahí me dije claro, leo a Platón y escuchó de algún modo a un tipo de hace dos mil quinientos años! El poder de la lectura. Lo eterno de la palabra se ancla en un texto que puede perdurar y comunicar, un viaje en el tiempo. 

 Volviendo a la cuestión comunitaria, esto ocurre ahí mismo, en el texto. Es el texto que alguien lee y entonces con lápiz (o algunos sacrílegos con lapicera) marcan, subrayan, ubican una nota al pie, de este modo colocan su impronta, ubican su reflexión en el texto; hacen aparecer un texto dentro de otro, a suerte de metalenguaje que rodea el texto y lo transforma enriqueciéndolo. No es un resumen porque un resumen requiere un ordenamiento externo al texto y tiene fines, si se quiere, de condensar lo relevante del mismo. En esto que describo ocurren varias operaciones, distintos tipos de intervenciones en el papel que nos otorgan mucha información. Por ejemplo, el subrayado, puede destacar algo que al lector le resultó relevante, o también puede estar acompañado de una flecha que plantee una pregunta para generar tensión, o contener una crítica sobre lo establecido. También se sucede una nota al pie de la nota agregando información o referenciando otra lectura. O como es en mi caso dibujar algún signo o forma para traducir con círculos o símbolos alguna fórmula que resulte análoga a un concepto profundo o complejo. Intervenciones que son pliegues de un recorrido conceptual – existencial – intelectual.

Entonces así uno tiene un doble registro; histórico el del libro y el de quien ya lo ha intervenido dejando su huella, por ejemplo en un ejemplar de “el hombre que esta solo y espera” año 1932 encuentro notas de alguien que lo tuvo durante la década del 60, esto lo se por la dedicatoria. Registros de análisis que recorren décadas y yo hoy año 2025 lo vuelvo a escribir dejando mi huella , nuevamente intervenido. 

Lo histórico aparece como categoría que articula campos de análisis por así decir, más generales, mientras que además, el registro singular nos pone de algún modo en diálogo con las reflexiones , interrogantes, acentos, puestos ahí a modo de intervención por el anterior lector de aquel objeto que se transforma en una suerte de “camino” que se hace al pensar. 

¿A quienes irán nuestros libros? Los que escribimos y los que leemos, ¿sobrevivirán la intempestiva transformación que la tecnológica nos impone? ¿Podrán atravesar esta época de desinterés por la profundidad que abre el mundo de la imaginación literaria? Interrogantes imposibles de responder ahora, contra los hechos mejor sigamos caminando, buscando e interviniendo en la historia, pequeños lectores, grandes pasiones.

Como conclusión quedan preguntas, ya vieron que leer no es pavada. ¿Qué diferencia hay entre una lectura en papel y una lectura digital? ¿la hay? Si la hay ¿podemos ejercer una valoración al respecto? ¿Cuál? Preguntas aparecen siempre, y siempre necesariamente quedarán ahí como puertas, esperando ser abiertas. Vieron lo importante de leer, pero también de participar del acto comunitario de ese ritual lector, acontecido en una feria de libros usados, experiencia que al fin y al cabo cultivó el germen de este fruto acontecido en texto. ¿fruto maduro? Lo dudo. Nos leemos la próxima. 

\ Federico Sebastian Gerez.